Corría el año 2003 o quizás el 2004. Yo
cruzaba a diario el Puente Pueyrredón rumbo a Capital y de vuelta a provincia a
diario. Era el camino mas corto a casa. No por eso el más rápido. El
problema es que tampoco había muchos caminos hacia casa en provincia. No había
un bendito día en que no tuviera un retraso importante a la ida y/o a la
vuelta. Cuando no eran los piqueteros cortando en reclamo de mas prebendas, era
un accidente provocado por algún tarambana descuidado. Sumado a los miles de
otros, que como yo, tomaban el puente a diario rumbo a Capital, el viaje se tornaba
largo y tedioso. Un día, lo recuerdo como si fuera hoy, escucho en FM Federal a
la locutora, cargada de buenas intenciones decir: “muy pronto se van a acabar
las demoras en el Puente Pueyrredón, el Presidente Kirchner acaba de inaugurar
las obras del nuevo nuevo Puente Pueyrredón en la ribera de Avellaneda. Acompaño
la ceremonia el intendente de Avellaneda Baldomero “Cacho” Alvarez”.
Paso el tiempo,
los meses se volvieron años, como dice el poema, y la obra nunca se concretó.
Simplemente quedó en la nada. Y yo, lenta, amargamente, comprendí aquello que políticos
como Carrió ya nos habían advertido: a este “pingüino argentino venido de Santa
Cruz” le gusta prometer, lo que no le gusta es cumplir las promesas. Llegó a su
turno la yegua de su esposa, Cristina, prometiendo trenes balas, inaugurando obras
de escuelas, hospitales y bancos de plaza. Y yo sabía que nunca concretarían
nada de todo lo prometido. Ya me había salpicado con el guano del pingüino. Y
mientras todos decían tener fe en Cristina, tener esperanza y tragarse las
promesas de más dignidad, yo me esforzaba por hacerles ver las contradicciones
de su “modelo”.
De nada sirvió. No solo se tragaron las mentiras, las
chicanas y las promesas. No! la votaron nuevamente el año pasado! Otro trago de
la mierda que el kirchnerismo nos proponía. Ya sea por cobardía a que el cambio
fuera desfavorable para la economía clase mierdica, o por miedo a perder sus
mal ganados subsidios y planes, la pingüina ganó. Prometió, regaló, tiró por la
ventana plata a dos manos. Y la gente no solo se salpicó del guano de pingüino,
sino que tomo una cuchara y comió ese guano como si fuera pie de manzana.
Reza el dicho que se puede engañar a algunos un tiempo, pero
no se puede engañar a todos todo el tiempo. Los argentinos nos empecinamos en desmentirlo.
Y así la mentira tuvo frutos: 3, 4, 7, 11, 52 muertos
en sucesivos accidentes ferroviarios. Y la cifra va a crecer, porque Cristina,
la “pingüina argentina”, está enajenada en su mundo de fantasías. Realmente
pienso que cree lo que dice. Se traga sus propias mentiras. Las lee, las
elabora hasta que las toma por ciertas. No le cuesta comprar su versión pingüina
del diario de Yrigoyen. Y los que la rodean, seres pequeños y miserables como
Mariotto o De Vido o Zanini o el tarado de su hijo, Maximo no le hacen “ver” la
realidad. Por el contrario, cultivan esta locura, sabiendo que esta mujer
enferma es la única –vaya a saber porque- que les garantiza continuar en el
poder. Y continuar usufructuando el trabajo de los argentinos de verdad. No de
los vagos pagos que van con una bandera u otra adonde lo lleven.
Hoy, lo digo de corazón, siento que SE cómo termina
esta película. Conozco el final y hasta el después. Y la verdad, no quiero que
pase. Porque lo que no SE, es como evitar que esta historia siga su rumbo hacia
ese final. Y es deprimente. Porque hay mucho guano de pingüino para comer todavía.
Demasiado.
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